Fotografía: Rodrigo Pardo Araneda
Cristian Toro Meléndez
AL SURCO DEL ROMANCERO
CRISTIAN TORO MELÉNDEZ se da a conocer este año con Al surco del Romancero, su primer poemario, como nuevo cantor del romance, y lo hace con elegancia, maestría y el grato frescor del campo colchagüino y el de Pichilemu.
...aflora con inmensa sensibilidad y acentúa en todos
sus poemas la fisonomía criolla y campesina. Es un
vate activo y efectivo...
...gustará a los enamorados de la auténtica poesía
por su riqueza verbal e impregnada de musicalidad
y romanticismo.
José Vargas Badilla
San Fernando, Julio de 2004
GALOPE LARGO
A veces potro salvaje
y desbocado…
… también el viento,
compañero agudo,
viene a veces.
Hay un temblor de
hojas,
rumor de árboles:
pone lumbre a los
sentidos
y al corazón le pone
alas
cuando presiente tu
voz en la campiña,
tu impetuosa marcha
de centauro.
Por ti se ensanchan
las entrañas de mi
tierra,
dorado alazán que
vienes
relinchando de día o
de noche
y a galope largo.
Crines al viento,
oleaje de la tarde
curvando su
reciedumbre
en sus vaivenes.
En tus ojos profundos
de bosque en penumbra
¡Cómo imprime la Luna
su lámpara de
cristal!
Eres salvaje y al
mismo tiempo
suave potrillo que
nunca tuve
en el desolado patio
de la infancia.
Aunque la vida imponga
sus reglas
yo te sigo adonde
vayas…
y cuando a tu grupa
vuelva la tristeza
¡Quién pudiera
contenerte,
ay, vida y con qué
bríos!
Si soy el viento,
singular amigo,
que contigo aprendió la libertad.
(Cómplices; 2015)
(Cómplices; 2015)
LA PALOMA
I
Amigo de otras
regiones
te convido a
“La Paloma”:
campo que a
veces asoma
en mis
sensibles canciones
cuando
estallan emociones
al espíritu
labriego
de pensar en
ese fuego
que dejaron
mis ancestros
sabiendo, sin
ser maestros,
de mi
querendón apego.
La calle y la
zarzamora
guiaron al
forastero,
dieron sombra
al bandolero,
paso a la
locomotora
y en la
ramazón sonora
de una
jorobada higuera
un hombre con
su escalera
subía a sacar
los higos
cual si segara
los trigos
en el pueblo
que naciera.
La casa con
más historia
-donde nació
mi familia-
tiene tan
larga vigilia
y una
identidad notoria,
tiene también
una noria
que conversa
con los grillos
y que espanta
a los chiquillos
que corren en
torno a ella
cuando el sol
aún destella
sobre los
secos campillos.
III
Terruño de “La
Paloma”:
tu nombre lo
dice todo,
hallo la paz
de algún modo
bajo la tarde
que asoma
su aliento de
zarza y poma
por las
fértiles campiñas
en donde
corren las niñas
sorprendidas
del milagro
que puso el
agua en el agro,
que puso el
sol en las viñas.
No tengo
abuela que cuente
historietas
junto al fuego,
pero conozco a
un labriego
singular y muy
sonriente.
Algunos dicen
que miente
cuando mira
hasta la cumbre
como buscando
la lumbre
en el sol de
la distancia
recordando así
la infancia
bajo la
humilde techumbre.
Las gallinas
de Raquela
saltan las
ramas del sauco
que se yergue
firme y glauco
como antiguo
centinela.
El ocaso es
acuarela
de sonrojados
matices
en que trigos
y maíces
son pinceladas
de aroma.
Aflora por “La
Paloma”
la savia de
mis raíces.
CANCIÓN RURAL
Niña, eres como los bosques
azules de la
alborada
y traes en tus
cabellos
nidales de
colibríes
o codornices del
monte,
el agua de las
vertientes
o el fruto dulce
y bermejo
de la rosa
mosqueta.
Llegas casi
somnolienta
al dominio de la Escuela ,
allí donde está
el maestro
con su lámpara
de sol
para encender
los trigales
y el lenguaje
del camino.
Yo no conozco tu
hogar,
pero anda mi
pensamiento
recorriendo tu
cocina
que huele a humo
y cebolla
como los ranchos
humildes.
Tus padres y tus
hermanos,
todos ellos
macilentos,
tienen ojos de
lechuza
para orientarse
en la noche
silenciosa y
forestal.
Y tu hermanita,
Magaly,
tiene la tibia
ternura
de esas niñas
vergonzosas
de mejillas
sonrojadas,
que aman a su
perro flaco
y a su muñeca
raída.
Hija de la flora
y fauna
del territorio
costino,
mujercita del
secano:
de “Las
Comillas” o “Cáhuil”.
Niña, solamente
niña
de catorce años
o más:
cuando veo tu
cuaderno
de rural
caligrafía
sale a anidar a
mi mente
igual que tus
manos blancas
impregnadas de
resina,
el llanto
ancestral del bosque
o el grito pobre
del humo.
(Poemas a la Escuela)
Presentación del libro "Maldigo el paraíso de tu abandono" de la poeta Margarita Bustos
MALDIGO EL PARAÍSO DE
TU ABANDONO
I
Antes
que Sergio Terán me invitara, con “especiales” argumentos, a realizar la
presentación del libro de Margarita, se me reveló la poesía en uno de esos
inusuales sueños que dejan la mente macerando en un mar de interrogantes. Era
la poesía personificada, corpórea, sensual… era esa novia de quince años que,
después de tanto amar, también me dejó sumido en un paraíso de abandono.
Tras
analizar esta suerte de premonición -metáfora onírica- y desempolvar la cinta
cinematográfica de los recuerdos, he llegado a lo que es hoy la presentación de
este primer poemario de Margarita Bustos, cuyas páginas defiendo, promuevo y
hago propias, porque cada poema contenido en ellas despliega emociones que
tocan la fibra más sensible del alma humana.
Pero…
¿A quién no le ha sucedido el manifiesto del amor?, ¿A quién no le procuraron
una llaga de amor profundo?
…MALDIGO EL PARAÍSO
DE TU ABANDONO…
II
Margarita
Bustos (Cauquenes, 1980) viene a nacer al mundo literario bajo el alero sinuoso
de Valparaíso, ciudad portuaria que alimentó su insomne apetito cultural, su
imaginario poético… Desde allí ha venido comulgando con las palabras en una
suerte de peregrinaje lírico; estableciendo sus talleres y materiales que ha
sabido amasijar gracias a su condición de poeta y profesora de Lengua
Castellana.
Esta
inusual sucesión de poemas desprovistos de un nombre que los enuncie y que nos
entrega sin pudor, parecieran dar cuenta de un ir y venir entre la realidad y
el sueño, algo así como un diario en el que expone sus reflexiones y, sin
pretender abusar de retórica, porque su gramática es directa, nos conmueve y
nos lleva a deambular por ese paraíso que promete, por esos silencios
adyacentes, encantándonos con la palabra escrita.
Desde
la semántica de sus versos se le oye vociferar con una connotación profunda:
imágenes recurrentes que se le desgajan al alma, emociones que se confunden en
el vaivén de la espera.
“No
pensé…
para
que no vinieras,
para
que tu rostro se dibuje en la mentira
y
para que el miedo que me roe
se
descascare con el tiempo”.
¿Será
posible el olvido cuando todo aquello que se nos representa ante los sentidos
viene sobrecargado con electrones persistentes de pasión, deseo y belleza subliminal?
“Degústame
con la extravagancia de la desnudez sublime,
contagia
de ímpetu
mi
oración a tu cuerpo
con
la urgencia devota de los placeres”.
Y
después del intento… ¿Qué otra ruta nos queda por recorrer si el desamor nos ha
arrebatado hasta la esencia… nos ha cegado frente a la posibilidad de otros
horizontes?
“Despojaste
de significado todo territorio
ya
no hay sendas ni constelaciones,
solo
la finitud y esta diáspora huida que no llega”.
Miedos…
¿Cuál será el mayor de todos?, ¿El dolor de plumas rompiendo la piel para alzar
el vuelo o el temor de no volver a caer de las alturas del cielo?
III
Darnos
la oportunidad de conocer este cosmos fragmentado que nos plantea Margarita
Bustos, trae consigo las aristas que nos mantienen al borde del desasosiego,
puesto que es imposible no dejarse cautivar y sumergirse en la trama de sus
versos o pretender darle aliento y cobija al hablante lírico en sus momentos de
abandono.
Reconocemos
a una poeta que asume y se empodera del canto para decir a viva voz lo que
siente en la dura y eterna espera del que no vino, del que no viene, del que no
vendrá.
Ese
es el paraíso de versos al que nos invita a recorrer o levitar.
Por
mi parte, me postergo ante ellos y los veo pasar tornados de azul como el mar
infinito de las palabras.
Cristian
Toro Meléndez
Pichilemu,
13 de Diciembre de 2013.-
PRINCIPITO
Todo
el ocaso, toda la espuma.
El recuento azul del mar con sus vaivenes...
La
tierra fecunda de mis abuelos
y
los caminos que nos enseñaron a andar
bastaron
para fundirte, retoño mío,
hombrecito de luz que dará sus frutos.
En
un lejano reino de lavandas
pequeño príncipe eres.
Y
si el día nos enseña su paleta
de viva flor policromada
huyes, presto entre la hierba,
con la espada y el caballo.
Deja
quedarme más tiempo a tu lado
compañero
del agua y de las piedras,
muéstranos
tu musical sonrisa
corola naciente o cascada que trina
para que prenda colmándome el pecho
amor y esperanza, un mundo mejor.
¡Ah,
hijo del Otoño y de la Primavera!
Sucesor
de páginas trascendentales...
Por
ti daría hasta lo que he perdido
¿Quién
me puede arrebatar el derecho
si
soy el padre y tú simiente
en
el surco ardiente de mi convicción?
Todos
los soles y todas las lunas,
todo
este amor que fluye a raudales
bastarán
para que vivas, retoño nuestro.
CUMPLEAÑOS
Un budín de camotes
en el cumpleaños de
un hombre.
Hay nostalgia en las
muecas
de los hermanos
distantes.
A ratos la algarabía
se apodera del
cuarto
y estallan las risas
en las bocas con
vino.
Un budín de camotes
sabe igual que el
primero:
sabe a valses, a
brindis
y al primer
matrimonio.
Una hija lejana
como el tiempo
pasado
cuyas manos cultivan
maternales recetas
ha traído a su padre
el budín de
costumbre.
Por un largo pasillo
se escabulle el
viejo.
Se descorchan
botellas
en el cuarto aledaño.
Su pesado tranco
lo lleva hasta el
sitio
donde bulle una
sopa,
donde nadie lo ve.
Y degusta el budín
que sabe igual al
primero
y solloza como un
niño
en un rincón de la
cocina.
ROSTROS DE LA CIUDAD
son
retazos de tiempo,
son
siluetas con nombre y apellido…
A
veces vienen y van
por
las calzadas
luciendo
ropas coloridas
que
no destiñó la marea
con
su beso de salmuera.
Algunos
andan por ahí
taconeando
con rapidez
hasta
el paradero
y
cargando unos paquetes
con
olor a pan caliente.
Hay
rostros que aún recuerdo:
los
veo en cada viaje que hago
a
esta ciudad agitada,
parece
que mutaron su piel
y
la dejaron colgada
con
el uniforme escolar,
ahora
son fornidos y distantes,
llevan
traje de oficina
y
se les ve en la caja
de
un centro comercial,
en
el mostrador de una tienda,
en
las calles, transitando
como
maniquíes que no oyen,
que
no ven y que callan.
¿Ellos
se quedaron sin mí
o
yo me quedé sin ellos?
¡Ah!,
los rostros de la ciudad…
hoy
ajenos y ayer cercanos;
surgen
de las esquinas a cada rato
soslayando
la mirada,
dan
unos cuantos pasos
hasta
el semáforo
y allí se pierden entre la gente.
y allí se pierden entre la gente.
MADRE
Son senos de azul altura
la Cordillera de los Andes,
y desde allí se despeña
el milagro de la vida…
nacida como un milagro:
mi madre triste y sencilla
que vino en ríos de leche
para nutrirme la sangre.
Es el tiempo de la infancia…
y es un rostro de mujer
el que aparece tras la ropa
danzante del tendedero,
la misma que sale al patio
sacudiendo los manteles
para darle las migajas
a los gorriones del maqui.
Junto a la mujer, los Andes,
otra figura materna
que, como abuela agorera,
me enseñó los resplandores
del día.
Al despliegue de las alas
vuelve a sonar el recuerdo
con los sonidos de lluvia
que me inundaron la infancia,
vuelve todo el colorido
de las lagartijas verdes
que se ocultaron, medrosas,
en un hueco del verano…
Pero la madre ya es otra
y yo también soy distinto,
ella posee los dones
para alentar a los suyos
y no alentarse a sí misma…
(como si no fuera nadie
en la extensión del planeta).
Es terca como los yuyos
rebeldes de los potreros
y su pensamiento va
más allá de los sucesos;
postergaría su dicha
porque los hijos vivieran
sin sentir dolor alguno.
La madre viene cansada
con una flor en el pelo
y en verdad sigue siendo
la misma de hace veinte años,
la que quedó dibujada
con un pedazo de tiza
en el patio de la Escuela…
¡Ah, niña de la Avenida
Manso de Velasco!
eres la tierra natal
que se yergue a nuestros pies
y promueve la existencia
con una fuerza entrañable.
Despliego mis alas nuevas
por un camino de sueños
y tú me acurrucas siempre
entre tus pechos azules
de Cordillera andina,
cuando retornan mis pasos
a ese patio de la infancia.
la Cordillera de los Andes,
y desde allí se despeña
el milagro de la vida…
nacida como un milagro:
mi madre triste y sencilla
que vino en ríos de leche
para nutrirme la sangre.
Es el tiempo de la infancia…
y es un rostro de mujer
el que aparece tras la ropa
danzante del tendedero,
la misma que sale al patio
sacudiendo los manteles
para darle las migajas
a los gorriones del maqui.
Junto a la mujer, los Andes,
otra figura materna
que, como abuela agorera,
me enseñó los resplandores
del día.
Al despliegue de las alas
vuelve a sonar el recuerdo
con los sonidos de lluvia
que me inundaron la infancia,
vuelve todo el colorido
de las lagartijas verdes
que se ocultaron, medrosas,
en un hueco del verano…
Pero la madre ya es otra
y yo también soy distinto,
ella posee los dones
para alentar a los suyos
y no alentarse a sí misma…
(como si no fuera nadie
en la extensión del planeta).
Es terca como los yuyos
rebeldes de los potreros
y su pensamiento va
más allá de los sucesos;
postergaría su dicha
porque los hijos vivieran
sin sentir dolor alguno.
La madre viene cansada
con una flor en el pelo
y en verdad sigue siendo
la misma de hace veinte años,
la que quedó dibujada
con un pedazo de tiza
en el patio de la Escuela…
¡Ah, niña de la Avenida
Manso de Velasco!
eres la tierra natal
que se yergue a nuestros pies
y promueve la existencia
con una fuerza entrañable.
Despliego mis alas nuevas
por un camino de sueños
y tú me acurrucas siempre
entre tus pechos azules
de Cordillera andina,
cuando retornan mis pasos
a ese patio de la infancia.
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