GALOPE LARGO

















A veces potro salvaje y desbocado…
… también el viento, compañero agudo,
viene a veces.

Hay un temblor de hojas,
rumor de árboles:
pone lumbre a los sentidos
y al corazón le pone alas
cuando presiente tu voz en la campiña,
tu impetuosa marcha de centauro.

Por ti se ensanchan
las entrañas de mi tierra,
dorado alazán que vienes
relinchando de día o de noche
y a galope largo.

Crines al viento, oleaje de la tarde
curvando su reciedumbre
en sus vaivenes.
En tus ojos profundos
de bosque en penumbra
¡Cómo imprime la Luna
su lámpara de cristal!
Eres salvaje y al mismo tiempo
suave potrillo que nunca tuve
en el desolado patio de la infancia.

Aunque la vida imponga sus reglas
yo te sigo adonde vayas…
y cuando a tu grupa vuelva la tristeza
¡Quién pudiera contenerte,
ay, vida y con qué bríos!
Si soy el viento, singular amigo,
que contigo aprendió la libertad.

                              (Cómplices; 2015)

LA PALOMA


















                 I


Amigo de otras regiones
te convido a “La Paloma”:
campo que a veces asoma
en mis sensibles canciones
cuando estallan emociones
al espíritu labriego
de pensar en ese fuego
que dejaron mis ancestros
sabiendo, sin ser maestros,
de mi querendón apego.

La calle y la zarzamora
guiaron al forastero,
dieron sombra al bandolero,
paso a la locomotora
y en la ramazón sonora
de una jorobada higuera
un hombre con su escalera
subía a sacar los higos
cual si segara los trigos
en el pueblo que naciera.

La casa con más historia
-donde nació mi familia-
tiene tan larga vigilia
y una identidad notoria,
tiene también una noria
que conversa con los grillos
y que espanta a los chiquillos
que corren en torno a ella
cuando el sol aún destella
sobre los secos campillos.

         III


Terruño de “La Paloma”:
tu nombre lo dice todo,
hallo la paz de algún modo
bajo la tarde que asoma
su aliento de zarza y poma
por las fértiles campiñas
en donde corren las niñas
sorprendidas del milagro
que puso el agua en el agro,
que puso el sol en las viñas.

No tengo abuela que cuente
historietas junto al fuego,
pero conozco a un labriego
singular y muy sonriente.
Algunos dicen que miente
cuando mira hasta la cumbre
como buscando la lumbre
en el sol de la distancia
recordando así la infancia
bajo la humilde techumbre.

Las gallinas de Raquela
saltan las ramas del sauco
que se yergue firme y glauco
como antiguo centinela.
El ocaso es acuarela
de sonrojados matices
en que trigos y maíces
son pinceladas de aroma.
Aflora por “La Paloma”
la savia de mis raíces.

CANCIÓN RURAL





















Niña, eres como los bosques
azules de la alborada
y traes en tus cabellos
nidales de colibríes
o codornices del monte,
el agua de las vertientes
o el fruto dulce y bermejo
de la rosa mosqueta.
Llegas casi somnolienta
al dominio de la Escuela,
allí donde está el maestro
con su lámpara de sol
para encender los trigales
y el lenguaje del camino.

Yo no conozco tu hogar,
pero anda mi pensamiento
recorriendo tu cocina
que huele a humo y cebolla
como los ranchos humildes.
Tus padres y tus hermanos,
todos ellos macilentos,
tienen ojos de lechuza
para orientarse en la noche
silenciosa y forestal.
Y tu hermanita, Magaly,
tiene la tibia ternura
de esas niñas vergonzosas
de mejillas sonrojadas,
que aman a su perro flaco
y a su muñeca raída.

Hija de la flora y fauna
del territorio costino,
mujercita del secano:
de “Las Comillas” o “Cáhuil”.
Niña, solamente niña
de catorce años o más:
cuando veo tu cuaderno
de rural caligrafía
sale a anidar a mi mente
igual que tus manos blancas
impregnadas de resina,
el llanto ancestral del bosque
o el grito pobre del humo.

                                                               (Poemas a la Escuela)