son
retazos de tiempo,
son
siluetas con nombre y apellido…
A
veces vienen y van
por
las calzadas
luciendo
ropas coloridas
que
no destiñó la marea
con
su beso de salmuera.
Algunos
andan por ahí
taconeando
con rapidez
hasta
el paradero
y
cargando unos paquetes
con
olor a pan caliente.
Hay
rostros que aún recuerdo:
los
veo en cada viaje que hago
a
esta ciudad agitada,
parece
que mutaron su piel
y
la dejaron colgada
con
el uniforme escolar,
ahora
son fornidos y distantes,
llevan
traje de oficina
y
se les ve en la caja
de
un centro comercial,
en
el mostrador de una tienda,
en
las calles, transitando
como
maniquíes que no oyen,
que
no ven y que callan.
¿Ellos
se quedaron sin mí
o
yo me quedé sin ellos?
¡Ah!,
los rostros de la ciudad…
hoy
ajenos y ayer cercanos;
surgen
de las esquinas a cada rato
soslayando
la mirada,
dan
unos cuantos pasos
hasta
el semáforo
y allí se pierden entre la gente.
y allí se pierden entre la gente.
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