PRINCIPITO

















Todo el ocaso, toda la espuma.
El recuento azul del mar con sus vaivenes...
La tierra fecunda de mis abuelos
y los caminos que nos enseñaron a andar
bastaron para fundirte, retoño mío,
hombrecito de luz que dará sus frutos.

En un lejano reino de lavandas
pequeño príncipe eres.
Y si el día nos enseña su paleta
de viva flor policromada
huyes, presto entre la hierba,
con la espada y el caballo.

Deja quedarme más tiempo a tu lado
compañero del agua y de las piedras,
muéstranos tu musical sonrisa
corola naciente o cascada que trina
para que prenda colmándome el pecho
amor y esperanza, un mundo mejor.

¡Ah, hijo del Otoño y de la Primavera!
Sucesor de páginas trascendentales...
Por ti daría hasta lo que he perdido
¿Quién me puede arrebatar el derecho
si soy el padre y tú simiente
en el surco ardiente de mi convicción?

Todos los soles y todas las lunas,
todo este amor que fluye a raudales
bastarán para que vivas, retoño nuestro.  

CUMPLEAÑOS





















Un budín de camotes
en el cumpleaños de un hombre.
Hay nostalgia en las muecas
de los hermanos distantes.
A ratos la algarabía
se apodera del cuarto
y estallan las risas
en las bocas con vino.

Un budín de camotes
sabe igual que el primero:
sabe a valses, a brindis
y al primer matrimonio.

Una hija lejana
como el tiempo pasado
cuyas manos cultivan
maternales recetas
ha traído a su padre
el budín de costumbre.
Por un largo pasillo
se escabulle el viejo.
Se descorchan botellas
en el cuarto aledaño.
Su pesado tranco
lo lleva hasta el sitio
donde bulle una sopa,
donde nadie lo ve.
Y degusta el budín
que sabe igual al primero
y solloza como un niño
en un rincón de la cocina.

ROSTROS DE LA CIUDAD
















Los rostros de la ciudad
son retazos de tiempo,
son siluetas con nombre y apellido…
A veces vienen y van
por las calzadas
luciendo ropas coloridas
que no destiñó la marea
con su beso de salmuera.
Algunos andan por ahí
taconeando con rapidez
hasta el paradero
y cargando unos paquetes
con olor a pan caliente.
Hay rostros que aún recuerdo:
los veo en cada viaje que hago
a esta ciudad agitada,
parece que mutaron su piel
y la dejaron colgada
con el uniforme escolar,
ahora son fornidos y distantes,
llevan traje de oficina
y se les ve en la caja
de un centro comercial,
en el mostrador de una tienda,
en las calles, transitando
como maniquíes que no oyen,
que no ven y que callan.
¿Ellos se quedaron sin mí
o yo me quedé sin ellos?
¡Ah!, los rostros de la ciudad…
hoy ajenos y ayer cercanos;
surgen de las esquinas a cada rato
soslayando la mirada,
dan unos cuantos pasos
hasta el semáforo
y allí se pierden entre la gente.