I
Amigo de otras
regiones
te convido a
“La Paloma”:
campo que a
veces asoma
en mis
sensibles canciones
cuando
estallan emociones
al espíritu
labriego
de pensar en
ese fuego
que dejaron
mis ancestros
sabiendo, sin
ser maestros,
de mi
querendón apego.
La calle y la
zarzamora
guiaron al
forastero,
dieron sombra
al bandolero,
paso a la
locomotora
y en la
ramazón sonora
de una
jorobada higuera
un hombre con
su escalera
subía a sacar
los higos
cual si segara
los trigos
en el pueblo
que naciera.
La casa con
más historia
-donde nació
mi familia-
tiene tan
larga vigilia
y una
identidad notoria,
tiene también
una noria
que conversa
con los grillos
y que espanta
a los chiquillos
que corren en
torno a ella
cuando el sol
aún destella
sobre los
secos campillos.
III
Terruño de “La
Paloma”:
tu nombre lo
dice todo,
hallo la paz
de algún modo
bajo la tarde
que asoma
su aliento de
zarza y poma
por las
fértiles campiñas
en donde
corren las niñas
sorprendidas
del milagro
que puso el
agua en el agro,
que puso el
sol en las viñas.
No tengo
abuela que cuente
historietas
junto al fuego,
pero conozco a
un labriego
singular y muy
sonriente.
Algunos dicen
que miente
cuando mira
hasta la cumbre
como buscando
la lumbre
en el sol de
la distancia
recordando así
la infancia
bajo la
humilde techumbre.
Las gallinas
de Raquela
saltan las
ramas del sauco
que se yergue
firme y glauco
como antiguo
centinela.
El ocaso es
acuarela
de sonrojados
matices
en que trigos
y maíces
son pinceladas
de aroma.
Aflora por “La
Paloma”
la savia de
mis raíces.
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