MADRE




Son senos de azul altura
la Cordillera de los Andes,
y desde allí se despeña
el milagro de la vida…
nacida como un milagro:
mi madre triste y sencilla
que vino en ríos de leche
para nutrirme la sangre.

Es el tiempo de la infancia…
y es un rostro de mujer
el que aparece tras la ropa
danzante del tendedero,
la misma que sale al patio
sacudiendo los manteles
para darle las migajas
a los gorriones del maqui.
Junto a la mujer, los Andes,
otra figura materna
que, como abuela agorera,
me enseñó los resplandores
del día.

Al despliegue de las alas
vuelve a sonar el recuerdo
con los sonidos de lluvia
que me inundaron la infancia,
vuelve todo el colorido
de las lagartijas verdes
que se ocultaron, medrosas,
en un hueco del verano…

Pero la madre ya es otra
y yo también soy distinto,
ella posee los dones
para alentar a los suyos
y no alentarse a sí misma…
(como si no fuera nadie
en la extensión del planeta).
Es terca como los yuyos
rebeldes de los potreros
y su pensamiento va
más allá de los sucesos;
postergaría su dicha
porque los hijos vivieran
sin sentir dolor alguno.

La madre viene cansada
con una flor en el pelo
y en verdad sigue siendo
la misma de hace veinte años,
la que quedó dibujada
con un pedazo de tiza
en el patio de la Escuela…

¡Ah, niña de la Avenida
Manso de Velasco!
eres la tierra natal
que se yergue a nuestros pies
y promueve la existencia
con una fuerza entrañable.
Despliego mis alas nuevas
por un camino de sueños
y tú me acurrucas siempre
entre tus pechos azules
de Cordillera andina,
cuando retornan mis pasos
a ese patio de la infancia
.

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