Todo
el ocaso, toda la espuma.
El recuento azul del mar con sus vaivenes...
La
tierra fecunda de mis abuelos
y
los caminos que nos enseñaron a andar
bastaron
para fundirte, retoño mío,
hombrecito de luz que dará sus frutos.
En
un lejano reino de lavandas
pequeño príncipe eres.
Y
si el día nos enseña su paleta
de viva flor policromada
huyes, presto entre la hierba,
con la espada y el caballo.
Deja
quedarme más tiempo a tu lado
compañero
del agua y de las piedras,
muéstranos
tu musical sonrisa
corola naciente o cascada que trina
para que prenda colmándome el pecho
amor y esperanza, un mundo mejor.
¡Ah,
hijo del Otoño y de la Primavera!
Sucesor
de páginas trascendentales...
Por
ti daría hasta lo que he perdido
¿Quién
me puede arrebatar el derecho
si
soy el padre y tú simiente
en
el surco ardiente de mi convicción?
Todos
los soles y todas las lunas,
todo
este amor que fluye a raudales
bastarán
para que vivas, retoño nuestro.